No es fácil padecer un suceso de violencia, no es fácil tener que abandonarlo todo por presión de otros y más aún cuando hay una manifestación directa de violencia, como la muerte de un familiar, amenazas y/o torturas.
Han existido diferentes forma de desplazamiento forzado, y la mayoría de estas tienen un perfil legal, pues muchas personas fueron obligadas a firmar escrituras, donde certificaban una venta de sus tierras. Esta característica complica las versiones cuando a la hora de pedir o reclamar sus derechos, las personas que han sufrido un desplazamiento forzado, tienen su versión en tela de juicio y a la hora de pedir su reparación, legamente según el estado no pueden reclamar estas tierras, aunque ya éstas estén pasando por un proceso de extinción de dominio.
Otro aspecto que hace más difícil la recuperación de la verdad, es que algunas personas ha aprovechado esta situación para recibir o reclamar auxilios del gobierno, aunque esto se ha dado en un porcentaje muy bajo, el paradigma creado por esa irregularidad aleja la posibilidad de conocer la verdad o mejor aún, desanima a las personas que están pasando por una situación de desplazamiento, promoviendo el silencio por temor a que no se crea la verdad.
Según lo expuesto anteriormente en el fenómeno del desplazamiento forzado se manejan paradigmas extremos de violencia y miedo, ante una amenaza de unos que poseen el poder y que han permeado las estructuras del estado en sus diferentes ramas. Es por esto que la memoria historia se constituye en una pilar para la superación del trauma psicosocial que sufren la personas que se encuentran o que pasaron por una situación de desplazamiento forzado; quién, Cómo, Cuándo, Dónde y demás detalles que el olvido promueve para silenciar victimas y favorecer nuevos episodios similares o peores.
No puedo continuar este escrito sin citar un acontecimiento personal que me ha pasado recientemente, donde fui golpeado física y psicológicamente, calumniado y desterrado de mí trabajo por presiones ilegales, llamadas amenazantes y visitas a mi casa de personas encapuchadas que comunicaban a mis vecinos que deseaban matarme. A pesar de estar en un contexto urbano, de poseer una educación universitaria, tal vez con algunos conocimientos amplios de la ley y los derechos que me cobijan, pude sentirme solo y desamparado abandonado por amigos, instituciones, la justicia, quienes tenían su propia percepción de la realidad, diferente del infierno que yo estaba pasando. Esos hechos empezaron el 15 de Marzo del presente año; una de las estrategias que tuve fue escribir mi experiencia y compartirla via mail, con mis familiares y amigos. Deseaba ser escuchado y contarlo. A pesar del tiempo que ha pasado aún estoy contándolo a diferentes personas he instituciones, es por esto, que no he podido mantener la cordura científica de un escrito en tercera persona, pues desde que empecé a leer de memoria histórica, he descubierto la necesidad de citar mi ejemplo.
Tal vez este tema no está relacionado plenamente con el desplazamiento forzado desde un contexto rural, pero si fui desterrado de mi trabajo, de mis compañeros de trabajo de mis estudiantes, de mi parroquia y por prevención me tocó cambiarme de residencia. Es por esto que es de vital importancia abrir canales reales y honestos de recuperación de la memoria donde las personas que ha sufrido este desplazamiento, el cual no es meramente físico y por ende tener claro que la memoria «es sobre todo un acto social más que un contenido mental individual» (Middleton y Edwards, 1990 citado por Gaborit, 2006). Las personas que han pasado un proceso de desplazamiento forzado necesitan resignificar el episodio pues, la recuperación de la memoria histórica facilita poder vivir en verdad y desde la verdad y, en consecuencia, posibilita la salud mental y social de las personas afectadas, en especial, de aquellos que se encuentran en etapas críticas (ver Martín-Baró, 1988).
En un país como el nuestro donde los derechos no se pueden garantizar para todos sus ciudadanos, “la memoria de lo acontecido, además de tener un valor terapéutico colectivo, sienta las bases para un respeto sostenido a los derechos humanos” (Gaborit, 2006).
Es éticamente necesario que como psicólogo podamos dar plena importancia a la resignificación desde un proceso clínico terapéutico individual, al igual desde una intervención psicosocial, promover programas que incluyan la recuperación de la memoria, con estrategias necesarias que permitan el conocimiento de la verdad vívida y no la verdad impuesta por otros que poseen poder y maquinarias de violencia.